Si alguna vez olvido
y con mucha premura
algún día alisto mi fuga
recuérdame quien soy
lo que me había prometido
Me senté en la
terraza de mi vida a observar todo lo que venía ocurriendo. No lo venía haciendo
porque hacía frió, y había una especie de monstruo acechando afuera que nos
obligaba a todos a quedarnos encerrados en casa.
El pánico crecía
afuera, pero adentro, mi vida, hacia mucho tiempo que había empezado a tomar sentido.
Aproveche que la tarde ameritaba salir del sarcófago del cual estaba viviendo recluido, y envalentonado porque hacia tiempo que me había dado cuenta que no había monstruos lo suficientemente grandes que pudieran conmigo, me puse la campera
gris, esa que me compre en mar del plata una tarde lluviosa de julio cuando
caminaba por sus peatonales acompañado de gente que creí se quedaría en mi
vida, tome la caja de Marlboro gold y camine hasta la puerta.
Subí los 22 escalones que separaban mi piso de la terraza, abrí de un golpe la puerta de metal que hizo un chirrido al raspar con el desnivel que había en el piso, como si no quisiera que la molestaran, camine por el pasillo y me senté en los escalones del tanque de agua y con una respiración profunda, me dispuse a mirar el atardecer en el horizonte.
Era uno de los
momentos que mas disfrutaba de mi día. El instante donde el sol se escondía atrás de las torres de Cuenca, y el cielo empezaba a pintarse de tantos colores como los ojos de un daltónico pueden ver, y el fuego de mi encendedor hacia
combustión con la mezcla de nicotina y alquitrán, aspiraba hacia
adentro y me disponía a dejar de pensar para empezar a observar.
Un año, mierda,
un año había pasado desde ese último escrito. Tristeza derrochaba en sus
páginas, una tristeza contenida, acumulada, ensimismada. Una tristeza que era
reprimida hasta que, por acción y necesidad, dejo de serlo.
Y ahora el mundo había
cambiado entero.
Mientras fumaba,
el celular empezó a vibrar. Tenía la costumbre de en ese momento, ponerlo en
silencio, para que el sonido no me moleste, pero si saber si algo requería mi
atención.
La vida me estaba
regalando a cada momento situaciones, personas y aprendizajes cada vez mas
interesantes y acordes con mi manera de ver y ser en la vida.
El tiempo, el
bendito tiempo, todo había acomodado: mis ideas, mis emociones, mis ganas
de ser y hacer, la gente que estaba cerca, la cosecha de lo que había sembrado
durante tantos años.
Me di cuenta que
nada de lo que había escrito era ya una realidad para mi, ni que esa tristeza hacia mecha en mi
interior. Pensé como cuando uno abraza con confianza la incertidumbre, el universo
se encarga de hacer su parte.
Mi proyecto crecía y cada día se hacia mas grande, y ya empezaba a verse el resultado de la visión de trascender fronteras. Las nuevas amistades se encargaban de poner la pausa y el foco donde correspondían, los encuentros fortuitos venían con regalos, la familia estaba empezando a estar más cerca, y de repente, todo el tablero que venia armando había sido pateado y disfrutaba de verlo en al aire.
El universo de infinitas posibilidades podía cambiar todo eso en solo un momento, y después de mucho tiempo, en vez de asustarme, pensar en eso, me divertía. Supe por dentro, que todo podía cambiar, pero nada me iba a inmutar, mientras yo siga siendo.
Agradecí: lo único
que había que hacer era eso, seguir fluyendo.
Pensé que debía entonces dejar reflejado de alguna manera ese momento, que deje constancia que siempre hay una página nueva escribiéndose.
Y sonreí, porque
cada minuto de mi vida, aquí, y ahora, estaba siendo perfecto.
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